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David Beltrán
GEOMETRÍA OCULTA DE LOS PENSAMIENTOS
1
Verdades en pintura
Iván de la Nuez
La pintura es, en buena medida, lo opuesto a la arqueología. Allí donde esta quita capas, la pintura las añade. Por eso, de muchas maneras, la pintura tiende a mentir, a esquivar la profundidad, a renegar de la confirmación subterránea que toda excavación busca. Y es que toda su verdad está ahí afuera, en la evidencia de lo visible, en la epidermis de la tela.
Muchos retos de la pintura estriban, pues, en su superficie, en su impacto primario sobre nuestra retícula. En una violencia ejercida sobre la mirada, a la que intenta rendir sin contemplaciones. Así, pintar implica, también, armar el set ideal para que tenga lugar esa capitulación; el escenario para que la arqueología, la interpretación o la textura que propician el texto -este texto, sin ir más lejos- alcancen la razón de su existencia.
Pintar es disponer el cúmulo de capas necesarias para que lidiemos con la verdad de la piel. Acaso construir el territorio idóneo para el camuflaje. Cuando David Beltrán trabaja sobre las paredes, o cuando encuentra en estas las formas idóneas para encontrar pinturas “espontáneas” debidas a la erosión o el churre del tiempo, es consciente de esta situación.
Esto no es todo, sin embargo…
Porque tratamos, aquí, con un pintor que se sumerge en el interior de la pintura, renegando de la pintura a primera vista y buscando, a todo riesgo, develarnos las capas invisibles que no aparecen a la vista. El suyo es, pues, un doble proyecto que nos introduce en la verdad a primera vista y, al mismo tiempo, en la verdad sumergida. En la evidencia y en lo que no puede detectarse en la pared o en la cripta.
Hay un punto en el que no hay nada más conceptual que el color, nada más intelectual que aquello que solo puede ser explicado por el microscopio.
2
Esta serie de capas previas suponen al pintor lo mismo que la angustia de las influencias suponen al poeta. Una enormidad previa con la que está obligado a lidiar y de la que difícilmente puede salir vencedor.
Beltrán acomete, en parte, el reto de lo epidérmico. Y, en parte, el desafío de lo que no se ve. En parte, atiende a lo superficial y, en parte, a aquello que requiere inmersión. El suyo es un desvelo entre esas dos verdades de la pintura.
Por eso, su fotografía, aunque no sea documental, sí se propone el objetivo de documentar este doble desvelo: pone el foco en revelar lo que está velado… Y, por eso mismo, esa fotografía -no siempre evidente, incluso no siempre “fotografía” entendida en términos estrictos- no se dedica a buscar sino a encontrar.
¿A encontrar qué? Pues pinturas espontáneas, “cuadros” realizados por la intemperie, manchas que adquieren sentido gracias al paso del tiempo y de sus inclemencias. Es ahí donde entendemos otra -una más- de las verdades que señala esta obra. Que la pintura se arma desde nuestros ojos.
Que mirar es pintar.